Como bien es sabido, nosotros, los seres humanos, no podemos sustraernos a las emociones; simplemente no podríamos ser quien somos sin esa cualidad, si, esos impulsos que nos mueven hacia (espacio y tiempo) o al hacer algo (acción).
Los psicólogos definen a las emociones como la percepción de los componentes e interacciones del entorno (realidad o imaginación) y expresados en nuestro cuerpo a través de diversas actividades fisiológicas, respuestas que van desde las reacciones faciales, movimientos involuntarios (cardiacos), hasta reacciones en cadena, o el llanto y la ira.
Es así que las emociones nos configuran no sólo como un ente racional; que la naturaleza o alguna fuerza dadora (sea la que cada quien perciba) nos haya capacitado con esta apreciada característica nos dotó de la capacidad de sentir, no sólo mediante el recurso de nuestros sentidos sino también por la apatía, o mediante la empatía.
Por ello, la conexión neuro cerebral hace que desarrollemos vínculos de aprecio o desprecio con la otredad, círculos y/o relaciones de estima o desapego, que van desde el hastío, odio o simple indiferencia (en el peor de los casos).
Por lo tanto, la “chica material” a la que tanto alude la cantante norteamericana Madonna en su emblemático tema de Material girl, no sólo usa malamente a los varones para sacarles dinero, como acceso a la relativa “felicidad”, sino que con la obtención de los objetos desarrolla diversas emociones.
No vivimos sólo en un mundo material (la realidad va más allá y nos identifica como seres humanos), y eso hasta hace poco más de una década, lo han comenzado a desarrollar como estrategia de venta diversas marcas, ofertando no sólo sus productos y/o servicios a través de la mera identidad para con sus consumidores meta.
Hoy las marcas presentan al mercado más que las simples características de lo que ofertan a un público ávido de emociones. En su discurso, que muchas veces, ni siquiera tiene que ver con lo que las compañías o empresas venden, apuestan mayormente por la afectividad hacia diversos valores.
Experto en ello es el neuromarketing, que de los valores como cualidades apela a la estimación “positiva” de los llamados clientes en potencia. Ese comportamiento y actitudes de las marcas que mediante alguna campaña de identidad, inclusión, tolerancia, lealtad y por supuesto de amor, buscan hacernos reír, sonreír, suspirar, osar, llorar, ¡vaya! …sentir y emocionar de manera válida para determinadas sociedades.
La apuesta de ello por parte de diversas marcas va más allá de este mero reconocimiento al recurrir a la narración, empleando de nuestro goce natural por “soñar” con historias que aleccionan de manera positiva nuestra imaginación. Usando como elementos desde los mitos, arquetipos, ritos, hasta las metáforas y las analogías. Para ellas generalmente el amor a través de los ojos de cenicienta; para ellos, quizá la bizarra combinación entre amor y poder del Grant Gatzby, por citar algunos ejemplos.
Es el storytelling inmerso en la publicidad (recurso utilizado más por el marketing político, y actualmente por lujosas empresas). Son las marcas creando lazos afectivos con los consumidores, las mismas que sin duda le contribuirán en la imagen (reputación) social en el mercado (junto con otros factores como la asistencia social, la responsabilidad con el medio ambiente, etc.).
El objetivo primordial, más que evidente, es crear efectos entre sus filas de consumidores, a quienes del posicionamiento ya no sólo se quedan con la marca en su mente, sino que además ésta última les genera algún sentimiento, una identidad o una afección de cercanía; actitud que seguramente le llevará a una acción, ya sea hacia o a hacer algo en defensa de o tal marca, los conocidos por las marcas como: lovemarks.
Finalmente, del resultado podemos apreciar verdaderas joyas dignas del considerado séptimo arte. Como ejemplo de ello y, retomando un tanto los elementos de la Cenicienta, se me viene a la mente la “campaña” – short film titulada Walking Stories **, de la reconocida firma italiana de moda femenina de Salvatore Ferragamo. Finalmente, del mismo resultado, dejemos que nos hablen al oído, que las marcas nos “emocionen”, siempre estando conscientes y con la persistencia de la memoria de compra de acuerdo a nuestros valores.